martes, 9 de julio de 2013

Enojada

Estos días por casualidad he estado viendo películas y leyendo varias cosas que se me cruzan sobre trata de blancas, prostitución y rituales a lo largo del mundo que dañan a las mujeres. Una de dos: ojalá estas cosas dejaran de suceder, o bien, también debería leer cosas horribles que les pasan a los hombres con motivo de su sexo para sentir pena por la humanidad entera y no sólo por la mitad.

¡Qué peligroso es ser mujer en este mundo! Más que deprimirme me enoja, porque esto lo digo yo, que relativamente no he corrido mayor riesgo por ser mujer. Y digo relativamente porque tampoco me he salvado del todo, pero no me puedo comparar con mujeres que han sido brutalmente golpeadas a causa de los celos de sus maridos o condenadas a lapidación por adúlteras, mujeres a quienes les han arrancado, mutilado, aplastado sus características físicas sexuales, o mujeres que han sido secuestradas, violadas y obligadas a prostituirse, vender a sus hijos y despojarse por completo del control de sus vidas y sus cuerpos.

Nunca me he considerado una feminazi, detesto el hembrismo tanto como el machismo, y sé que este mundo no sería posible sin esta dualidad sexo-genérica y todos sus derivados. Pero hoy me siento enojada por el machismo que impera en todas partes del mundo. No es que odie a los hombres, no me enojo con mi papá, ni a mi hermano, ni a mis primos, amigos, jefe, etc. por ser hombres, sino con la idea, prevaleciente en mayor o menor medida de forma consciente pero sobre todo inconsciente, de que las mujeres somos en cierta forma inferiores, en cierto modo poco confiables, además de tontas y débiles; y que lo mejor que podemos hacer para no estorbar en el mundo es ser sumisas, callarnos, aguantarnos y cumplir lo mejor que podamos con todo lo que el señor (señores) ordenen.

Me siento enojada porque existan mujeres con miedo de serlo. Me siento enojada porque sé que si me pegan, empujan o detienen para salir corriendo yo no puedo pegar igual de fuerte, empujar tan lejos, ni deshacerme de los brazos que me amarran como cadenas. Me siento enojada por no poder salir a caminar a la calle sin sentir cómo me desnudan las miradas de la mayoría de los tipos con los que me encuentro (y no porque esté “buena” sino simplemente porque soy y parezco mujer). Me siento enojada por tener que escuchar bromas del tipo “las mujeres como la escopeta, cargadas y detrás de la puerta” y otras similares, porque lo que se dice en broma también se dice cuando uno está enojado. Me siento enojada por dar explicaciones de dónde, con quién y qué estoy haciendo porque no soy de fiar, y de escuchar que si los hombres me miran, si algún hombre pierde el control conmigo siempre soy yo quien tiene la culpa. Me siento enojada de que si en algún momento se me ocurre decir “¡Basta!” se me acuse de feminazi intolerante.

Me siento afortunada de que mi vida como mujer no es igual de difícil de lo que lo es para muchas otras que sufren condiciones infrahumanas, pero me siento enojada de que las cosas tengan que ser así. Sé que los hombres también sufren, pero, siendo honestos, creo que la mayoría del sufrimiento que viven las mujeres se debe justamente a eso, a su sexo, cosa que no sucede con tanta frecuencia en el caso contrario. ¿En qué maldito momento de la historia sucedió que la diferencia física entre hombres y mujeres se interpretó como un motivo para darles el poder de la fuerza y de la mente a unos para ponerlos por encima de las otras? Mujeres, ¿En qué momento lo aceptamos?