viernes, 1 de mayo de 2020

Un alto más

Era el crucero de Arquímedes y Masaryk, ya había oscurecido hace un rato. La vendedora de rosas preguntó la hora a un transeúnte: Son las 8:58. Iba terminando la hora pico en Polanco, se acercaba el fin de la jornada y dos horas pasarían antes de que la vendedora llegara finalmente a casa.

Un alto más y me voy, pensó. Hubo sólo dos coches. Había que aprovechar la oportunidad, a veces la última ronda venía cargada de suerte extra.

Se detuvo un Altima gris plata con un hombre joven, unos 32 años. Junto, una camioneta Escape negra, con una chica que apenas rebasaba los 25. Los dos cumplían con el perfil de personas jóvenes que pensaban estar forjando sus carreras como oficinistas en esa zona de la ciudad: delgados, blancos, jóvenes, engreídos, de buen ver, tanto como lo suelen ser dos  personas que se trasladan en coche a esa colonia donde el estacionamiento es carísimo. El joven, respondiendo a ese instinto chilango de estar siempre al pendiente de su entorno, echó una mirada a su alrededor. Miró a la vendedora, también notó la presencia de la chica de la Escape, nadie más.

Entonces, la vendedora se acercó a la conductora de la Escape. Le transmitió un mensaje: Señorita, el joven del coche de junto me pidió que le regalara una de mis rosas, escoja la que más le guste. La mujer observó al muchacho de al lado, lo vio mirando la pantalla de su celular y le pareció que quizás le habría ganado la timidez. Pero ella decidió escoger una rosa de color lila y le pidió a la vendedora que por favor le diera las gracias.

Antes de finalmente partir, la vendedora se dirigió con el hombre del Altima gris: Joven, la señorita del coche de al lado tomó una de mis flores, me pidió preguntarle si le gustaría a usted regalársela. El hombre miró a su lado y vio a la chica sonriendo, un poco de coquetería, un tanto de pena. Claro señora, ¿por qué no? ¿Cuánto es?