Esto fue rápido, esto no fue nada. Y a la vez lo fue todo.
Fue una ráfaga de viento límpida a comienzos de octubre. Una
de las primeras hojas en caer, iluminada por esa luz amarilla y brillante tan
propia del otoño.
En esa ocasión desperté por segunda vez en ese mismo día,
sintiendo una leve brisa sobre la piel de mi cadera descubierta. Había tomado
ya suficiente aire para tomar conciencia. Más que aire, había ya respirado su
olor.
Los minutos se deslizaban con la misma tersura que sus dedos
acariciaban mis piernas. Y cuando abrí los ojos era momento de terminar por fin
con todo esto. Fue una vez que se convirtió en dos, y en tres, y en cuatro,
pero nada más.
¿Cómo definir esa brisa que se me metió al fondo del pecho?
Es un gusto que ya se me está convirtiendo en nostalgia. El impulso de curvar
mi sonrisa bajo unos ojos testigos de lo efímero, frágil y perversamente
retorcido de la situación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario