jueves, 13 de marzo de 2014

Un justo medio más humano

Como otras veces, son las ideas de otros quienes terminan por inspirarme a escribir: esa necesidad de continuar con el diálogo y aportar más ideas a un tema que me toca en mi realidad más inmediata. El día de hoy se trata de una columna en Sin Embargo titulada “El mito de la súper chica, súper cabrona y súper chingona”  (http://www.sinembargo.mx/opinion/11-01-2014/20596)

Para dar un poco de contexto, el artículo que menciono arriba habla sobre las mujeres que viven la vida construyendo su autosuficiencia: una generación de mujeres para quienes pensar en tener pareja representa una debilidad que resta puntos a la imagen de “súper chica, súper cabrona y súper chingona”. De las mujeres que en aras de demostrar su independencia, dejan el alma y las fuerzas para convencerse y convencer al resto de que son capaces de (sobre)vivir sin sentirse abatidas por la soledad.
Leyendo esta columna me pongo a pensar que éstas, las que  tratamos de acercarnos al mito de la súper chica, somos nada más y nada menos que quienes conscientes de los estereotipos de género tratamos de desmarcarnos de ellos a toda costa. Me incluyo en este grupo y hablaré desde mi punto de vista. Quienes tratamos de ser la súper chica somos aquellas que queremos tomar  todo lo que la liberación femenina se ha jactado de darnos: la conquista de un pedazo de libertad que antes había sido negado a nuestras antecesoras. Y entonces ¿qué ha pasado? Que hemos optado por convertirnos en todo lo contrario a lo que fueron nuestras abuelas: De ser amas de casa,  protectoras del hogar y lo privado, nos hemos convertido en trabajadoras con el valor de mudarnos solas y hacernos cargo de nuestra propia seguridad y bienestar material sin ayuda de nadie. Hemos tratado de demostrar que también podemos ser como se piensa que son los hombres.

Las súper chicas nos hemos dado a la tarea de convertirnos en la antítesis de la ama de casa perfecta de los años 50. Pero en nuestra desesperación hemos hecho de nosotras una máquina económica, esclavizadas por la necesidad de responder a las nuevas expectativas que tiene la sociedad sobre nosotras. Hoy también escuché el caso de una chica a la que le fue negada una beca para estudiar en el extranjero solamente porque a la pregunta de los entrevistadores de “¿Cómo te ves dentro de los próximos 10 años?” ella contestó que aspiraba a estar casada y con hijos. A pesar de que tenía un perfil sobresaliente, ella no pudo obtener la beca, ya que a los ojos de quienes la otorgaban era un desperdicio financiar el crecimiento académico de alguien que incluía entre sus aspiraciones el tener una familia.
Es así que nos vemos obligadas a recrear un modo de vida en el que intentamos convencer a los demás y a nosotras mismas de que no necesitamos a nadie más (mucho menos a un hombre); pero no sólo eso, sino que además nos vemos presionadas a pensar que un futuro acompañadas solo representa una desventaja para desempeñar nuestro rol en la sociedad (como lo indica el ejemplo que más arriba comentaba).

Como en otros casos, pienso que este tema es sólo una de las caras de la moneda: El rol de proveeduría y autosuficiencia ha sido exigente con los hombres en el pasado, y ahora nos toca a las mujeres también asumir esa misma exigencia. Sin embargo,  en el caso de nosotras, al asumir estas nuevas responsabilidades y convertirnos en súper chicas nos hemos visto presionadas a demostrar que somos capaces de olvidarnos de nuestro rol anterior. Pero no sólo eso, sino que debemos de superar con creces las expectativas para lograr ser suficientemente convincentes en nuestro desempeño y entonces poder disfrutar de las libertades a las que de entrada ya deberíamos tener derecho.

En conclusión, de ser sumisas y abnegadas, nos hemos aventado a ser mujeres profesionistas exitosas, autosuficientes sin necesidad de apoyo emocional o económico, multitareas, cuidadosas de nuestro aspecto y preocupadas por nuestra superación sin recurrir a la ayuda de otros a costa de ser mal vistas o parecer incapaces. Pienso que son exigencias con las que no han tenido que cargar los hombres.

Para poder ser equitativos, tendríamos que aspirar a roles de género que se encuentren en un justo medio, considerando las necesidades y aptitudes de hombres y mujeres. Tendríamos que aspirar a la posibilidad de que cada quien tuviera la libertad de decidir ser un hombre amo de casa o una mujer entregada a su carrera, o viceversa. Debemos aspirar a vivir sin  miedo a reconocer nuestra vulnerabilidad humana y  necesidad  de compañía, características que por más fuertes que nos sintamos, estoy segura de que nos aqueja a unas y a otros.

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