Para dar un poco de contexto, el artículo que
menciono arriba habla sobre las mujeres que viven la vida construyendo su
autosuficiencia: una generación de mujeres para quienes pensar en tener pareja
representa una debilidad que resta puntos a la imagen de “súper chica, súper
cabrona y súper chingona”. De las mujeres que en aras de demostrar su
independencia, dejan el alma y las fuerzas para convencerse y convencer al
resto de que son capaces de (sobre)vivir sin sentirse abatidas por la soledad.
Leyendo esta columna me pongo a pensar que éstas,
las que tratamos de acercarnos al mito
de la súper chica, somos nada más y nada menos que quienes conscientes de los
estereotipos de género tratamos de desmarcarnos de ellos a toda costa. Me
incluyo en este grupo y hablaré desde mi punto de vista. Quienes tratamos de
ser la súper chica somos aquellas que queremos tomar todo lo que la liberación femenina se ha
jactado de darnos: la conquista de un pedazo de libertad que antes había sido
negado a nuestras antecesoras. Y entonces ¿qué ha pasado? Que hemos optado por
convertirnos en todo lo contrario a lo que fueron nuestras abuelas: De ser amas
de casa, protectoras del hogar y lo
privado, nos hemos convertido en trabajadoras con el valor de mudarnos solas y
hacernos cargo de nuestra propia seguridad y bienestar material sin ayuda de
nadie. Hemos tratado de demostrar que también podemos ser como se piensa que
son los hombres.
Las súper chicas nos hemos dado a la tarea de
convertirnos en la antítesis de la ama de casa perfecta de los años 50. Pero en
nuestra desesperación hemos hecho de nosotras una máquina económica,
esclavizadas por la necesidad de responder a las nuevas expectativas que tiene
la sociedad sobre nosotras. Hoy también escuché el caso de una chica a la que
le fue negada una beca para estudiar en el extranjero solamente porque a la
pregunta de los entrevistadores de “¿Cómo te ves dentro de los próximos 10
años?” ella contestó que aspiraba a estar casada y con hijos. A pesar de que
tenía un perfil sobresaliente, ella no pudo obtener la beca, ya que a los ojos
de quienes la otorgaban era un desperdicio financiar el crecimiento académico
de alguien que incluía entre sus aspiraciones el tener una familia.
Es así que nos vemos obligadas a recrear un modo de
vida en el que intentamos convencer a los demás y a nosotras mismas de que no
necesitamos a nadie más (mucho menos a un hombre); pero no sólo eso, sino que
además nos vemos presionadas a pensar que un futuro acompañadas solo representa
una desventaja para desempeñar nuestro rol en la sociedad (como lo indica el
ejemplo que más arriba comentaba).
Como en otros casos, pienso que este tema es sólo
una de las caras de la moneda: El rol de proveeduría y autosuficiencia ha sido
exigente con los hombres en el pasado, y ahora nos toca a las mujeres también
asumir esa misma exigencia. Sin embargo,
en el caso de nosotras, al asumir estas nuevas responsabilidades y
convertirnos en súper chicas nos hemos visto presionadas a demostrar que somos
capaces de olvidarnos de nuestro rol anterior. Pero no sólo eso, sino que
debemos de superar con creces las expectativas para lograr ser suficientemente
convincentes en nuestro desempeño y entonces poder disfrutar de las libertades
a las que de entrada ya deberíamos tener derecho.
En conclusión, de ser sumisas y abnegadas, nos
hemos aventado a ser mujeres profesionistas exitosas, autosuficientes sin
necesidad de apoyo emocional o económico, multitareas, cuidadosas de nuestro
aspecto y preocupadas por nuestra superación sin recurrir a la ayuda de otros a
costa de ser mal vistas o parecer incapaces. Pienso que son exigencias con las
que no han tenido que cargar los hombres.
Para poder ser equitativos, tendríamos que aspirar
a roles de género que se encuentren en un justo medio, considerando las
necesidades y aptitudes de hombres y mujeres. Tendríamos que aspirar a la
posibilidad de que cada quien tuviera la libertad de decidir ser un hombre amo
de casa o una mujer entregada a su carrera, o viceversa. Debemos aspirar a
vivir sin miedo a reconocer nuestra
vulnerabilidad humana y necesidad de compañía, características que por más
fuertes que nos sintamos, estoy segura de que nos aqueja a unas y a otros.
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